Durante años nos hicieron creer que los juguetes sexuales eran tabú, que usarlos era “raro”, “vergonzoso” o, peor aún, “innecesario si tenés pareja”. Pero la verdad es otra: los vibradores, succionadores y otros aliados del placer no vienen a reemplazar nada… vienen a sumar.

Un juguete no ocupa el lugar de nadie. No reemplaza un vínculo, una caricia, una mirada cómplice. Lo que sí hace —y muy bien— es ayudarnos a conocer mejor nuestro cuerpo, a descubrir qué nos gusta, a soltar la vergüenza y animarnos al disfrute sin culpa.

Muchas mujeres los usan solas. Otras, en pareja. Algunas los eligen para reconectar con su deseo después de años de desconexión. Cada historia es distinta, pero hay algo en común: cuando nos damos permiso para explorar el placer, algo cambia. Y no es menor.

Usar un vibrador o un succionador no te hace menos “romántica”, ni más “liberada”. Te hace dueña de tu deseo. Te conecta con tu cuerpo. Te recuerda que merecés sentir. Que no necesitás justificar tu placer, ni pedir permiso para buscarlo.

 

Porque el disfrute también es amor propio. Y tener herramientas para potenciarlo no es una amenaza… es una oportunidad.